Si bien existen muchas peñas, es difícil encontrar en la Ciudad de Buenos Aires lugares que conserven esa mágica bohemia que supo contemplar noches eternas en tiempos donde en los boliches había menos turistas, menos intereses económicos y más amigos y guitarreadas. Eduardo “Negrín” Andrade, conocedor de aquellas noches y madrugadas, cantó en una actuación muy íntima en “Lavidadirá”, una pulpería urbana que al parecer rescata algo de esa casi mítica bohemia.
Eduardo “Negrín” Andrade, de 80 años - aunque verdaderamente aparenta unos cuantos años menos – es un reconocido compositor y cantor. Además un estudioso de las “ciencias folklóricas”. Compartió agrupaciones nada más y nada menos que con Carlos Montbrun Ocampo, Abel Figueroa y Horacio Guarany, entre tantos. Creador de canciones como “Amor de los manzanares”, “Responso por chacarera” (dedicada a su amigo Abel Figueroa) o “La cuatrerada”, ha recibido innumerables diplomas, medallas y menciones por sus obras y sus investigaciones. Jurado de varios festivales (entre ellos lo fue de Cosquín), integra el Centro de Estudios “Félix Coluccio” y hace disertaciones sobre temas como: "Los Payadores", "Coplas Comparadas en el Canto Criollo", El Canto Folklórico Actual", "Formas y Estilos del Canto Criollo" y "El Rasgueado de La Guitarra Criolla".
Esta es una muy pero muy breve reseña de un hombre que a dedicado su vida entera a lo nuestro. Por eso, en cada una de sus presentaciones quién asiste se va sabiendo algo nuevo, conociendo historias, anécdotas…
“Cantar puede cantar cualquiera, no importa si bien o mal, hay que cantar… los pájaros no preguntan si cantan bien o mal, simplemente cantan”; frases como esta demuestran cuanto ha transitado. Por eso entre canción y canción, contaba sus vivencias, compartía sus conocimientos con el público, un público escaso lo que hizo que fuera una noche de amigos, un fogón bien criollo… entre ese público, entre esos amigos estaba Don Carlos Di Fulvio…
Palabras recordando a Montbrun Ocampo, a Abel Figueroa, a Nicomedes Santa Cruz, transformaron la noche en una noche donde la poesía y latinoamericana y la influencia de la cultura africana en nuestra cultura también fueron recordadas, y como era la Ciudad de Buenos Aires, para que nada faltará también hubo tangos. Por eso, nadie quiso despedir a “Negrín” Andrade, quién como no podía ser de otra manera nos dejo como tema final “Amor de los manzanares”.
Antes de “Negrín”, el trío “Los del Ceibal”, agrupación vocal de ya 35 años de trayectoria, compuesta por Nilda Rouchán, Héctor Insaurralde y el recientemente incorporado José Di Salvo. Juntos cantaron obras populares de Cuchi Leguizamón, Atahualpa Yupanqui, Pablo del Cerro, Jaime Dávalos, Polo Giménez y Armando Tejada Gómez, entre tantos otros autores y compositores que por su intermedio estuvieron presentes en la memoria de todos.
También participó de este encuentro, el charanguista nacido en Cosquín y quién también supo acompañar a Abel Figueroa y a Horacio Guarany, don Carlos Ibarra. Sus más de cuarenta años de trayectoria se vieron plasmados en el puñado de huaynos, chacareras y zambas que interpretó con su instrumento, acompañado en guitarra por José Di Salvo.
Sin grandes orquestas, ni públicos exaltados, el canto criollo encontró en el silencio de la noche una reunión en donde la música y la poesía fueron protagonistas, una noche bien bohemia, lejana a cualquier artimaña comercial en la cual, cómplices de la simpleza, los duendes de aquellos grandes que forjaron nuestra cultura marcaron el rumbo de la solemnidad.
Eduardo “Negrín” Andrade, de 80 años - aunque verdaderamente aparenta unos cuantos años menos – es un reconocido compositor y cantor. Además un estudioso de las “ciencias folklóricas”. Compartió agrupaciones nada más y nada menos que con Carlos Montbrun Ocampo, Abel Figueroa y Horacio Guarany, entre tantos. Creador de canciones como “Amor de los manzanares”, “Responso por chacarera” (dedicada a su amigo Abel Figueroa) o “La cuatrerada”, ha recibido innumerables diplomas, medallas y menciones por sus obras y sus investigaciones. Jurado de varios festivales (entre ellos lo fue de Cosquín), integra el Centro de Estudios “Félix Coluccio” y hace disertaciones sobre temas como: "Los Payadores", "Coplas Comparadas en el Canto Criollo", El Canto Folklórico Actual", "Formas y Estilos del Canto Criollo" y "El Rasgueado de La Guitarra Criolla".
Esta es una muy pero muy breve reseña de un hombre que a dedicado su vida entera a lo nuestro. Por eso, en cada una de sus presentaciones quién asiste se va sabiendo algo nuevo, conociendo historias, anécdotas…
“Cantar puede cantar cualquiera, no importa si bien o mal, hay que cantar… los pájaros no preguntan si cantan bien o mal, simplemente cantan”; frases como esta demuestran cuanto ha transitado. Por eso entre canción y canción, contaba sus vivencias, compartía sus conocimientos con el público, un público escaso lo que hizo que fuera una noche de amigos, un fogón bien criollo… entre ese público, entre esos amigos estaba Don Carlos Di Fulvio…
Palabras recordando a Montbrun Ocampo, a Abel Figueroa, a Nicomedes Santa Cruz, transformaron la noche en una noche donde la poesía y latinoamericana y la influencia de la cultura africana en nuestra cultura también fueron recordadas, y como era la Ciudad de Buenos Aires, para que nada faltará también hubo tangos. Por eso, nadie quiso despedir a “Negrín” Andrade, quién como no podía ser de otra manera nos dejo como tema final “Amor de los manzanares”.
Antes de “Negrín”, el trío “Los del Ceibal”, agrupación vocal de ya 35 años de trayectoria, compuesta por Nilda Rouchán, Héctor Insaurralde y el recientemente incorporado José Di Salvo. Juntos cantaron obras populares de Cuchi Leguizamón, Atahualpa Yupanqui, Pablo del Cerro, Jaime Dávalos, Polo Giménez y Armando Tejada Gómez, entre tantos otros autores y compositores que por su intermedio estuvieron presentes en la memoria de todos.
También participó de este encuentro, el charanguista nacido en Cosquín y quién también supo acompañar a Abel Figueroa y a Horacio Guarany, don Carlos Ibarra. Sus más de cuarenta años de trayectoria se vieron plasmados en el puñado de huaynos, chacareras y zambas que interpretó con su instrumento, acompañado en guitarra por José Di Salvo.
Sin grandes orquestas, ni públicos exaltados, el canto criollo encontró en el silencio de la noche una reunión en donde la música y la poesía fueron protagonistas, una noche bien bohemia, lejana a cualquier artimaña comercial en la cual, cómplices de la simpleza, los duendes de aquellos grandes que forjaron nuestra cultura marcaron el rumbo de la solemnidad.
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