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08 noviembre 2005

Canciones Populares: "EL OLVIDAO"

EL OLVIDAO (Chacarera)
Letra y música: “El Duende” Garnica

De tu palo soy,
hijo de tu cuero
soy el olvidao
en la alcancía del tiempo
el que se quedó
de pie poniéndote el pecho

flor obrera soy,
silvestre de espuma
cuando el tren se va,
miro en las vías la luna
pensando tal vez,
mi pago encuentre fortuna

Mi bofe se hinchó
cuando repartieron
De mi no se acuerdan,
dicen que nunca me vieron
Que no soy de aquí,
que ya no tengo remedio

Soy el olvidao
el mismo que un día
se puso de pie,
tragando tierra y saliva
y caminó hacia el sol
para curar las heridas

Una herida soy,
buscando el salario
Maestro de pie
cuidando pichones blancos
Que madurarán
iluminando su pago

Soy el que quedó,
en medio ‘e los ranchos
Guacho del fiao’
a mate, guiso inventado
Hambre y rebelión
fueron creciendo en mis manos

No quiero de más,
quiero lo que es mío
Al mazo trampeao’
voy a torcerle el destino
Levántate cagón
que aquí canta un argentino

Soy el olvidao
el mismo que un día
se puso de pie,
tragando tierra y saliva
y caminó hacia el sol
para curar las heridas

4 comentarios:

Anónimo dijo...

hola pablito la pagina esta muy buena me acompaño el tiempo que estuve en brasil,como puedo escuchar el tema este me gusta mucho y no lo puedo escuchar

Pablito dijo...

Hola Manuel, el tema no se puede escuchar porque no está en el reproductor, pero ya lo volveremos a incluir.
Saludos

Anónimo dijo...

EL CAPIT�N DON RUFINO SOLANO
EL DIPLOM�TICO DE LAS PAMPAS

El Capit�n Don Rufino Solano actu� en la llamada �Frontera del desierto� entre los a�os 1855 y 1880, donde desarroll� un papel incomparable dentro de nuestra historia argentina. Durante su labor, conoci� y trat� personalmente con las m�s altas autoridades del Gobierno Nacional, tales como Justo Jos� de Urquiza, Domingo F. Sarmiento, Nicol�s Avellaneda, Bartolom� Mitre, Marcos Paz, Adolfo Alsina, Mart�n de Gainza y, al final de su carrera, el mism�simo Julio A. Roca. En el �mbito militar actu� y combati� bajo las �rdenes del Coronel �lvaro Barros, Coronel Francisco de El�as, General Ignacio Rivas, Coronel Benito Machado, entre otros. En el terreno eclesi�stico, fue adem�s el eslab�n militar con el Arzobispado de Buenos Aires, en la figura de su Arzobispo Monse�or Le�n Federico Aneiros, denominado �El Padre de los indios�. Esta �ltima tarea lo llev� a actuar de manera estrecha con el Padre Jorge Mar�a Salvaire, mentor y fundador de la Gran Bas�lica de Nuestra Se�ora del Luj�n.


El Capit�n Solano junto al Cacique Namuncur� y tres Capitanejos

Este militar, con verdadero arte y aplomo, tambi�n se vinculaba y relacionaba con todos los Caciques, Caciquejos y Capitanejos de las pampas, adentr�ndose hasta sus propias tolder�as para contactarlos. Mediante estas acciones, logr� liberar cientos de personas, entre cautivas, ni�os, canje de prisioneros, etc. De igual manera, por medio de sus oficiosas gestiones, recuperaron la libertad camaradas e incluso funcionarios, como es el caso de Don Exequiel Mart�nez, Juez de Paz de Tapalqu� en una �poca donde arreciaban los terribles malones tanto a los poblados, como en la zona rural.

Asimismo, como inmediata consecuencia de su valios�sima tarea mediadora y pacificadora, logr� evitar incontables enfrentamientos y contener ataques a las poblaciones. Actividad que fue expresa y directamente encomendada por las m�s altas autoridades nacionales. Es por ello, que prestigiosos y acad�micos historiadores, concluyen sin vacilar que �durante casi veinte a�os el Capit�n Solano logr� mantener la paz en sus confines (sic)� R. Entraigas, Op. Citada. Galardonan su legajo militar dos glosas manuscritas por el Coronel �lvaro Barros, fundador de Olavarr�a y primer gobernador de la Patagonia, donde lo colma de merecidos elogios.



Ignacio Rivas Adolfo Alsina �lvaro Barros

Por este don que pose�a, el Ministro de Guerra Adolfo Alsina, ante una gran multitud reunida en el Azul en el mes de diciembre del a�o 1875, le manifest� �Capit�n Rufino Solano, usted en su oficio es tan �til al pa�s como el mejor guerrero�. Es que, mediante tratados de paz, logr� evitar inminentes ataques en la frontera del desierto, extensa regi�n de nuestro pa�s donde exist�a mucha debilidad y que qued� muy desprotegida durante la guerra con Paraguay.

Si bien era poseedor de una gran valent�a, lo que m�s identificaba a este muy particular militar era su t�cnica y poder de persuasi�n, no solo porque dominaba el idioma araucano a la perfecci�n, sino porque adem�s sab�a como plantarse y dirigirse ante los bravos y recelosos caciques, demostrando adem�s lealtad, sinceridad y honestidad en su trato; esta innata virtud le permiti� gozar del m�ximo prestigio y confianza de ambos bandos.

Mediante su atinado manejo de las situaciones cr�ticas, logr� evitar mayores derramamientos de sangre y por este aspecto, con toda justicia, se lo conoci� como �El diplom�tico de las pampas�. Su actividad se vio interrumpida cuando el General Julio A. Roca decidiera llevar a cabo la �conquista del Desierto�, en 1880, contienda en que la que Rufino Solano no particip�. Pero actu� valientemente como soldado cuando debi� defender a los suyos, como veremos m�s adelante.

En cumplimiento de su tarea, se lo vio acompa�ando a cuanta delegaci�n de ind�genas se acerc� a Buenos Aires a parlamentar con las autoridades nacionales, sean estas pol�ticas, militares o eclesi�sticas. Cuando ven�a con estas embajadas, se alojaba en el Hotel Hispano Argentino o cualquier otro de Buenos Aires, en muchas ocasiones en los Cuarteles del Retiro, desde donde iba con ellos a las distintas entrevistas y audiencias, finalizadas las mismas, los acompa�aba de regreso, cabalgando junto a ellos, rumbo a la frontera.



En la fotograf�a se lo puede ver junto a varios Caciques, enviados de Calfucur� esperando una entrevista con el General Justo J. de Urquiza.

El diplom�tico de las pampas

Durante sus servicios, efectu� traves�as de miles de kil�metros a caballo, siempre acompa�ado por un pu�ado de soldados e incluso en riesgosas ocasiones se aventuraba en soledad; sol�a pasar varias jornadas en las tolder�as, donde era admitido y aceptado merced al enorme respeto y consideraci�n que se le ten�a, cada acercamiento le permiti� retirarse llev�ndose cautivas y prisioneros de los indios.

Este �hombre de dos mundos� sab�a hablar el idioma de los ind�genas y sus distintos dialectos a la perfecci�n, especialmente el araucano, la lengua de Calfucur� Namuncur� Pins�n, etc., manejando los t�rminos adecuados para manifestarse ante estos l�deres. Tambi�n pose�a esta valiosa habilidad para tratar con sus mandos, en su propio idioma castellano, tanto militares como del Gobierno Nacional, a fin de arribar a acuerdos ecu�nimes y que finalmente se cumplieran. Esta honestidad en su comportamiento, le permit�a al Capit�n Solano ser siempre bien recibido en las tolder�as para lograr salvar nuevas vidas.

En cierta ocasi�n, durante sus patrullas por la frontera, sorpresivamente se encontraron rodeados por una gran cantidad de indios, Solano iba con un reducido n�mero de hombres. Sus soldados, armas en mano, se prepararon para una r�pida retirada a campo abierto, pero el Capit�n les orden� que se quedaran quietos, comprendi� que actuando de esta manera lo �nico que iban a conseguir ser�a que los �chucearan� por la espalda. En vista de ello, les pidi� que esperaran, que ir�a a parlamentar para tratar de salvar sus vidas, y de inmediato se dirigi� decidido y solo hacia un individuo que, por su postura y aspecto, parec�a era el l�der de la indiada. Tras este parlamento, donde solo D�os sabe lo que le dijo, como resultado del mismo todos se adentraron hasta la tolder�a y al cabo de unos d�as regresaron sanos y salvos, incluso con un grupo de cautivas y prisioneros, siendo escoltados por los propios indios hasta las cercan�as del fuerte. Este hecho y muchos episodios m�s, se encuentran plasmados en valiosos manuscritos de la �poca, obrantes en el Archivo Hist�rico del Ej�rcito Argentino, como claro testimonio del prestigio que gozaba el ilustre azule�o.

Durante su larga vida de frontera, son innumerables los momentos en que la vida del Capit�n Solano en la cual estuvo a cinco cent�metros de punta de una lanza, donde logr� salvar su vida, y la de muchos, gracias a esta prodigiosa habilidad que pose�a.

Rufino Solano actu� en los Fuertes Estomba, Blanca Grande y del Arroyo Azul, entre tantos otros, y por su desempe�o militar se lo considera uno de los forjadores de las fundaciones de las ciudades de Olavarr�a, San Carlos de Bol�var, lugares donde le toc� servir.

Rescate de prisioneros de la ciudad de Rosario, Santa Fe

Para el a�o 1873, en un multitudinario acto, le fue entregada en la ciudad de Rosario, Pcia. de Santa Fe, una medalla de oro en premio a sus servicios rescatando prisioneros y cautivas residentes en esa ciudad. Dicha misi�n, cumplida con absoluto �xito, le hab�a sido encomendada por La Sociedad de Beneficencia y la Comisi�n de Rescate de Cautivos, ambas de Rosario. En dicho acto tambi�n se le hizo entrega de un pergamino de gratitud el cual manifiesta lo siguiente: �Rosario, 5 de agosto de 1873. Al Capit�n Don Rufino Solano: Me es satisfactorio dirigirme a Ud. Particip�ndole que el �Club Social� que tengo el honor de presidir resolvi� en asamblea general obsequiar a Ud. Con una medalla de oro que le ser� entregada por el socio Don Jos� de Caminos la que tiene en su faces verdadera expresi�n de los sentimientos que han inspirado al �Club Social� a votar en su obsequio este testimonio de simpat�a y agradecimiento por la atenta abnegaci�n y generosidad con que penetr� hasta las tolder�as de los indios de la Pampa para realizar el rescate de los cautivos cristianos, llevando con plausible resultado la dif�cil y peligrosa misi�n que le encomend� la Comisi�n de rescate del Rosario. Esta sociedad no podr� olvidar tan preciosos servicios y ha resuelto acreditarle estos sentimientos con este d�bil pero honroso testimonio. Manifestando as� los deseos del �Club Social� del Rosario, me complazco en ofrecer a Ud. Toda mi consideraci�n. Firmado: Federico de la Barra (Presidente)�.
Dicho acontecimiento fue reproducido en las primeras planas de todos los diarios de la de la ciudad de Rosario y de la Capital Federal, de aquella �poca. Nos parece justo reproducir el art�culo aparecido en la primer p�gina de la edici�n del d�a 14 de marzo de 1873, del Diario �El Nacional�, el principal de la ciudad de Buenos Aires, que de manera textual dice lo siguiente: �JUSTICIA AL MERITO � El Capit�n Solano, que fue comisionado para rescatar los cautivos del Departamento del Rosario, regres� ayer de aquella ciudad, es donde nos dice ha merecido las m�s cordiales atenciones de la Comisi�n para el rescate de cautivos, y con especialidad del c�rculo denominado �Club Social�, compuesto de lo m�s distinguido y de lo m�s culto de la sociedad del Rosario; cuya asociaci�n le discerni� el honor de acordarle una medalla de oro en recuerdo de estimaci�n y gratitud a sus muy importantes servicios. Ese acto tan bien inspirado debe ser imitado en ocasiones an�logas por todos los pueblos argentinos, que suelen ser olvidadizos con el verdadero m�rito. Es una iniciativa que honra altamente al pueblo del Rosario y evidencia su cultura y sus sentimientos delicados, como hace doblemente simp�tico al �Club Social�, al cual enviamos como argentinos las m�s ardientes felicitaciones, por el acto de justicia y de moral social de que acaba de dar tan noble ejemplo a su pa�s. El �Club Social� que es al Rosario lo que el del �Progreso� es a Buenos Aires, abre sus amenos salones a los lej�timos (sic) placeres del esp�ritu, pero tiene un pensamiento inteligente y trascendental para los generosos est�mulos, y ha de influir necesariamente en orden a los adelantos del pa�s. El Capit�n Solano que sigue viage (sic) para la frontera, va lleno de justa satisfacci�n y gratitud�. Acciones como esta, se repitieron innumerables ocasiones durante la vida del Capit�n Solano.

Luego de finalizar la conquista, los indios continuaron buscando al Capit�n Rufino Solano para que les ayudara a conseguir tierras donde vivir y muchos de ellos las consiguieron gracias a su gran influencia y prestigio, conduci�ndolos ante el Presidente de la Naci�n, el General Julio A. Roca, a efectuar sus justos petitorios; as� lo hicieron el Cacique Valent�n Sayhueque, Manuel Namuncur� Lorenzo Paine-Milla, la Reina de los Indios Catrieleros Bibiana Garc�a, entre muchos otros caciques m�s. En esos territorios obtenidos hoy se peden ver enclavadas las ciudades de Catriel, Valcheta y otras tantas poblaciones, dentro del territorio de las provincias de Buenos Aires, La Pampa y de R�o Negro.

Blanca Grande, Olavarr�a. Batalla de San Carlos, Bol�var. Muerte de Calfucur�.

El capit�n Rufino Solano intervino en numerosas batallas en defensa de los pueblos fronterizos, enfrent�ndose al ataque de malones (San Carlos de Bol�var, Azul, Olavarria, Cachar� Tapalqu� Tandil, Bah�a Blanca, Tres Arroyos, etc.), entre ellas son dignas de mencionar su intervenci�n en Blanca Grande a las �rdenes de los coroneles Benito Machado y Alvaro Barros, sentando las bases de la actual ciudad de Olavarr�a, y luego, a partir de 1868, permaneci� en la ciudad de Azul junto al coronel Francisco El�as. Posteriormente a las �rdenes del General Ignacio Rivas, ya con el grado de capit�n, particip� en la feroz e encarnizada batalla de San Carlos, el 8 de marzo de 1872, abriendo los cimientes de la que es la actualidad la ciudad de San Carlos de Bol�var; en esta �ltima contienda, que dur� todo el d�a, los indios, reconoci�ndolo, le gritaban �p�sese Capit�n !!�. En esta batalla, en la que particip� como jefe del cuerpo de baqueanos, y fue debido a sus indiscutibles conocimientos de los campos que la Divisi�n del General Ignacio Rivas logr� hacer marchas rapid�simas.
Su intervenci�n en San Carlos no impidi� a este valiente soldado, que al poco tiempo de esta decisiva batalla, se presentara nuevamente en la propia tolder�a del temible cacique Juan Calfucur� (Piedra Azul), su contrincante vencido, apodado �El Soberano de las pampas y de la Patagonia�, siendo casi un milagro que no lo mataran; pero no solo no ocurri� ello, sino que al cabo de algunos d�as pudo retirarse llev�ndose consigo decenas de cautivas a sus hogares.

Este episodio es �nico e inolvidable, porque Calfucur� sinti�ndose morir, en la noche del 3 de julio de 1873, y viendo al Capit�n Solano velando junto a su lecho, conmovido por este gesto, le indic� que deb�a retirarse de inmediato porque luego de su muerte lo iban a ejecutar junto con todas las cautivas. Con escaso tiempo, as� lo hizo el capit�n, e inmediatamente luego del fallecimiento del cacique, parti� el mal�n en persecuci�n del rescatador y las cautivas: se escuchaban cada vez m�s pr�ximos los aterradores alaridos de sus perseguidores y cabalgando durante toda la noche, finalmente lograron salvarse llegando al d�a siguiente a sitio seguro. Fue as� como el Capit�n Rufino Solano fue el �ltimo cristiano que vio con vida a este legendario cacique, el cual, en sus �ltimos instantes de vida, tuvo este majestuoso gesto de grandeza y humanidad. Por esta verdadera haza�a, el Capit�n Solano fue recibido con admiraci�n y gratitud en Buenos Aires por el Arzobispo Aneiros, por el Presidente de la Naci�n y todo su gabinete en pleno. Monse�or Aneiros mand� a colocar, en el Palacio del Arzobispado, una placa conmemorativa de este singular suceso.

Su participaci�n junto a la Iglesia.

A prop�sito de esta m�xima figura de la Iglesia Argentina, el Arzobispo Federico Le�n Aneiros, como dijimos, denominado �El Padre de los indios�, en numerosas oportunidades, el Capit�n Rufino Solano le ofici� de enlace e int�rprete con diversas embajadas de l�deres ind�genas, con quienes, esta c�lebre autoridad eclesi�stica del pa�s, mantuvo reuniones en mencionado Hotel Hispano Argentino de Buenos Aires y en otras oportunidades, en la propia sede del Arzobispado. Por iniciativa de de este alto prelado, en el a�o 1872, entr� en funciones el designado �Consejo para la Conversi�n de los Ind�genas al Catolicismo�, con el primordial prop�sito de planificar y llevar a cabo misiones evangelizadoras en las zonas fronterizas, donde se hallaban asentadas las tribus de Cipriano Catriel, Raylef, Coliqueo, Melinao y Juan Calfucur� (Piedra Azul) y posteriormente su hijo, Manuel Namuncur�.

La Iglesia anteriormente hab�a intentado un acercamiento al aborigen, fue as� como en enero de 1859, el Padre Guim�n, asistido por los Padres Harbust�n y Larrouy, bayoneses, se internaron en Azul para entrevistarse con el magn�fico cacique Cipriano Catriel, manteniendo tres encuentros con este gran jefe. El primero de ellos fue halag�e�o, mostr�ndose Catriel sol�cito para atender los requerimientos de los sacerdotes. En la segunda entrevista, el P. Guim�n expuso los proyectos de su pretendida acci�n evangelizadora, expres�ndole: �Somos extranjeros, hemos consentido el sacrificio de abandonar nuestro pa�s, nuestros parientes y amigos, con el solo fin de dar a conocer la verdadera religi�n� �No tendr�a el cacique el deseo de ser instruido en ella?�. �-�Por lo menos negar�a el permiso de ense�arla a la gente de la tribu y especialmente a los ni�os?�. Todo hac�a prever la afirmativa respuesta del cacique, sin embargo, despu�s de consultar al adivino y a los dem�s jefes, Catriel denot� su negativa. Finalmente, durante el tercer contracto, el cacique respondi� de este modo: �No queremos recibirlo m�s en adelante, ni siquiera una vez, aunque fuera solo para satisfacci�n de su curiosidad�. Debido a este manifiesto y terminante rechazo demostrado por los ind�genas, el misionero debi� regresar a Buenos Aires, viendo totalmente frustrado su intento de acercamiento.

Catorce a�os mas tarde, el 25 de enero de 1874, arriba al Azul el Padre Jorge Mar�a Salvaire (lazarista) con id�nticas intenciones de catequizar e impartir los sacramentos, pero esta vez contando el sacerdote y la Iglesia con la invalorable presencia intercesora del acreditado capit�n Rufino Solano. Es as� como debiendo internarse en la pampa, en direcci�n a los toldos de Namuncur� la prudencia y la cautela de este notable sacerdote le aconsejaron la intervenci�n de ��el capit�n Rufino Solano, hombre experimentado en la vida de frontera, que en varias oportunidades y con el mismo fin hab�a participado para Salinas Grandes, gan�ndose la confianza de los caciques y capitanejos, cuya lengua conoc�a a la perfecci�n� (Monse�or J. G. Dur�n, Ops. citadas.)

Queda certificada la activa participaci�n y la ben�fica influencia ejercida por el capit�n Solano, por la existencia de cordiales y afectuosas misivas dirigidas al mismo durante las tratativas: dos enviadas por el cacique Alvarito Reumay, fechadas el 15 de febrero y 13 de marzo de 1874 y una tercera remitida por el cacique Bernardo Namuncur� el �escribano de las Pampas�, fechada el 13 de marzo de 1874. Es bien conocido que este �ltimo, Bernardo, fue el que salv� al Padre J. M. Salvaire cuando estaba a punto de ser ultimado por su hermano, el cacique Manuel Namuncur� hijo de Juan Calfucur� y padre de nuestro Beato Ceferino Namuncur�. (Archivo Bas�lica Ntra. Sra. de Luj�n, J. M. Salvaire, Fuente citada).

Son c�lebres los sucesos ocurridos en el transcurso de las mencionadas tratativas. La providencial intervenci�n del mencionado Bernardo Namuncur� salv�ndole la vida al P. Salvaire, y las consiguientes promesas efectuadas a la Virgen del Luj�n por el Padre Salvaire, que han dado origen a la magna Bas�lica y a su proceso de beatificaci�n, el cual se halla en tr�mite.



1 2 3

1) Arzobispo Le�n Federico Aneiros y otros sacerdotes. 2) Padre Jorge Mar�a Salvaire. 3) Placa Padre Salvaire.

Fue as� como el Capit�n Rufino Solano trat� colabor� y le allan� el camino en la misi�n, casi quince a�os postergada, al virtuoso y venerable Padre Jorge Mar�a Salvaire, llamado �El misionero del desierto y de la Virgen del Luj�n�, logrando as� la Iglesia tener un contacto mucho m�s frecuente y fluido con los caciques. As� lo testimonian expresivas correspondencias intercambiadas por el Cacique Manuel Namuncur� y el Arzobispo Aneiros, destacando este cacique la presencia del Capit�n Solano guiando la delegaci�n que iba a entrevistar al ilustre prelado, entre otros temas. (Cap�tulo �Correspondencia con los caciques�, Op. Citada, Cardenal S. L. Copello)

Fue el propio Padre Jorge Mar�a Salvaire qui�n, m�s tarde, coloc� la piedra fundamental de la Gran Bas�lica de Nuestra Se�ora del Luj�n, el 15 de mayo de 1887, luego fue su Cura P�rroco, y muri� en la misma ciudad de Luj�n el 4 de febrero de 1899 a los 51 a�os de edad. Sus restos fueron depositados en la cripta situada en el crucero derecho de la Gran Bas�lica a los pies de la imagen de la Medalla Milagrosa, al lado del Altar Mayor, donde yacen hasta el d�a de hoy. Por su parte, los restos del Arzobispo Aneiros descansan en un mausoleo situado en el ala derecha de la Catedral de Buenos Aires, en la capilla consagrada a San Mart�n de Tours.

Por cierto, resulta una verdadera injusticia que la derruida tumba de este notable militar azule�o se halle ubicada en el rinc�n m�s apartado, abandonado y olvidado del cementerio de la ciudad de Azul, en un lugar que sin ayuda, dif�cilmente se la podr�a localizar.




Cripta del Padre Jorge Mar�a Salvaire (Luj�n). Mausoleo de Monse�or Aneiros (Catedral, de Bs. As.)

Por la muy meritoria labor desplegada por el Capit�n Solano, junto a estas emblem�ticas figuras de la Iglesia, no son pocos los historiadores religiosos que lo se�alan y lo refieren en se�al de reconocimiento a su valiosa colaboraci�n; incluso en la m�s reciente actualidad, el destacado historiador Monse�or Dr. Juan Guillermo Dur�n, miembro de la Academia Nacional de la Historia y Director del Departamento de Historia de la Iglesia, de la Facultad de Teolog�a de la Universidad Cat�lica Argentina, en el a�o 2001, vino hasta la ciudad de Azul para fotografiar la tumba del Capit�n Solano, public�ndola a p�gina completa en su libro �En los Toldos de Catriel y Railef� (Editorial de la Pontificia Universidad Cat�lica Argentina, 2002). Por estas s�lidas e incuestionables razones, sin dudas, se puede afirmar que el Capit�n Rufino Solano sigue siendo el militar m�s querido y reconocido por la Iglesia.

Hace a�n m�s valiosa y resalta su intervenci�n, el hecho de que su figura represent� el punto de inflexi�n entre la funci�n del ej�rcito y la acci�n de la Iglesia, cuyas posturas y principios se mostraron en aquella �poca, por sus dis�miles naturalezas, muy a menudo enfrentadas, incompatibles y hasta inconciliables.

Para comprender y valorizar la obra del Capit�n Solano, es necesario ubicarse en el dif�cil contexto y en el paisaje de la �poca y en nuestra patria. Por esos d�as la frontera era como pararse en la orilla del mar, no hab�a nada m�s que horizonte. En ese horizonte, de manera rec�ndita acechaba el peligro, los indios, la muerte, la cautividad. No exist�an �rboles ni otro obst�culo natural que interrumpiera la visi�n, durante las agotadoras traves�as se deb�a pernoctar en medio de aquella inmensidad, sin nada para cobijarse, solo exist�a cielo, tierra y distancias. Tampoco lo hab�a para guarecerse de las inclemencias del fr�o, de la lluvia, el viento o el calor. Id�ntica situaci�n se produc�a para el caso que hubiera que combatir ante el h�bil y astuto rival.

Las marchas duraban d�as, semanas enteras, se deb�a llevar suficiente cantidad de provisiones y abundante caballada para el recambio. Los indios brotaban de la tierra como por arte de magia. El espect�culo de una tolder�a india es inimaginable, all� las cautivas y dem�s prisioneros viv�an en un infierno. Si alguien lograba escapar, seguramente mor�a en el interminable desierto.

Las mujeres indias, por celos, hostigaban continuamente a las cautivas y les daban de comer las sobras, como si fueran perros. Deb�an desarrollar las tareas m�s duras y para que no escaparan, a los prisioneros se les despellejaba las plantas de los pies, lo que obligaba a trasladarse arrastr�ndose por el suelo. Las escenas y el ambiente eran ciertamente escalofriantes. Salvo estas cosas, no difer�a demasiado la vida que se llevaba en los fortines o en los pueblos que se formaban alrededor de ellos.

A pesar del impiadoso paso del tiempo, este formidable ser es una clara demostraci�n que cuando alguien es verdaderamente grande, jam�s puede ser olvidado totalmente, porque esa grandeza es capaz de superar los mayores obst�culos, tales como la indiferencia, la fr�gil memoria y la ingratitud. Ello se debe a que los servicios del capit�n Rufino Solano, sus conocimientos, destreza y valent�a, fueron requeridos desde todos los sectores de la esfera social argentina, comenzando por desesperados familiares que le rogaban que rescatara a sus seres queridos, continuando por los altos mandos del gobierno, tanto pol�ticos como militares, y a�n como producto de la constante preocupaci�n de la Iglesia por darle una soluci�n a tan dif�cil situaci�n.

Durante d�cadas, todos supieron quien era y donde estaba el �capit�n salvador� y �l cumpli� con todos. All� encontramos la explicaci�n de su recuerdo: simplemente porque no se puede investigar nuestra historia sin encontrarnos de repente con su noble estampa. A�n en la actualidad, su gravitante y ben�fica presencia ha sido estudiada y valorada incluso en obras de autores y universidades del exterior. Captive Women: Oblivion and Memory in Argentina. Susana Rotker, 2002, University of Minnesota, USA; Rutgers University, Wilson Center, 1977, New Jersey, USA; Ftes. Citadas).

El capit�n Solano, vivi� y sirvi� a su querida Patria durante toda su larga, pobre y sacrificada vida de frontera, donde rara vez le llegaba un sueldo desde Buenos Aires.

Rufino era hijo del Teniente Coronel(*) del Regimiento de Patricios Don DIONISIO SOLANO (1777/1882), un valiente guerrero de las Invasiones Inglesas y de la Independencia Nacional que actu� junto al General Manuel Belgrano durante las Campa�as al Paraguay y del Norte; y m�s tarde, fue el jefe de la caravana de familias fundadoras de la ciudad de Azul, all� por el a�o 1832, fue Alcalde originario(**) de ella durante m�s de treinta a�os, muriendo en esta poblaci�n a la edad ciento cinco a�os. Antonio G. del Valle, Alberto Sarramone, Ricardo Piccirilli, Enrique Udaondo, Vicente O. Cutolo, Juan G. Dur�n, obras citadas.- (*) Memorias del Ministerio de Guerra y Marina, Buenos Aires, Rep�blica Argentina, Edici�n 1881, Tomo II, Anexo A, P�g. 33. (**) Archivo de la Municipalidad de Azul, a�o 1837 e Iglesia Catedral de Azul, Revista Biblos, Ftes. Citadas.



Dos fotograf�as de Rufino Solano. La segunda data de 1912, un a�o antes de su
fallecimiento


A menos de cinco a�os de la fundaci�n de la ciudad de Azul, naci� nuestro personaje (1837), viviendo en su pueblo natal hasta su muerte, ocurrida el 20 de julio de 1913. As� lo certifican su acta bautismal en la Iglesia Catedral de Azul, los Censos Nacionales de 1869 y 1895 (el primero y segundo del pa�s) y la certificaci�n de su defunci�n, asentada en registro del cementerio local.



Sepulcro del capit�n Rufino Solano, cementerio de la ciudad de Azul.

Este ejemplar ser humano, que lo dio todo por sus semejantes, al cual centenares de familias le deben hoy su existencia, muri� pobre, viejo y olvidado en su pueblo natal y se llamaba Don RUFINO SOLANO, capit�n del ej�rcito argentino, y su mayor orgullo fue ser, como �l siempre lo dec�a: �un fiel servidor de la Patria�.-

Autor: Omar Horacio Alc�ntara

BIBLIOGRAF�A Y FUENTES UTILIZADAS
- Dur�n, Juan Guillermo. El Padre Jorge Mar�a Salvaire y la familia Lazos de Villa Nueva � 1866-1875. Buenos Aires, Ediciones Paulinas, 1998. En los Toldos de Catriel y Railef. Editorial Pontificia de la Universidad Cat�lica Argentina, 2002.
- Sarramone, Alberto. Historia del Antiguo Pago del Azul. Editorial Biblos, Azul, 1997.
- Del Valle, Antonio G. Recordando el Pasado. Editorial Placente y Dupuy, Azul, 1926.
- Buchbinder, Pablo; Alexander Abel y Priamo, Luis. Buenos Aires Ciudad y Campa�a 1860/1870. Editorial Antorchas, 2000.
- Santill�n, Diego A. de. Gran Enciclopedia Argentina. Ediar Soc. An�n. Editores, 1961.
- Tarnopolski, Samuel. Libro con Indios Pampas y conquistadores del desierto, Expansi�n Bibliogr�fica Americana, Buenos Aires, 1958.
- Dur�n, Juan Guillermo. Frontera, indios, soldados y cautivos -1780-1880. Buenos Aires, 2006. Bouquet Editores; Universidad Cat�lica Argentina. Facultad de Teolog�a.
- Gelly y Obes, Carlos Mar�a. Ocupaci�n de la llanura pampeana, MCBA, Buenos Aires, 1979.
- Tanzi, H�ctor Jos�. Monse�or Aneiros, Arzobispo de Buenos Aires, y la Iglesia de su tiempo. Junta de Historia Eclesi�stica Argentina, Buenos Aires, 2003.
- P. Hux, Meinrado. Caciques Huilliches y Salineros. Ediciones Marymar, 1991.
- Walter, Juan Carlos. La Conquista del Desierto. Editorial Universitaria de Buenos Aires (EUDEBA), Buenos aires, 1970.
- Cardenal Copello, Santiago Lu�s. Gestiones del Arzobispo Aneiros a favor de los Indios, hasta la Campa�a del Desierto. Buenos Aires, 1945. Imprenta y Casa Editora �Coni�, Edici�n definitiva.-
- Udaondo, Enrique. Diccionario Biogr�fico Argentino. Imprenta Coni, Buenos aires, 1938.
- Cutolo, Vicente Osvaldo. Nuevo Diccionario Biogr�fico Argentino. Editorial Elche, Buenos Aires, 1985.
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- Internet: www.wilsoncenter.org/topics/docs/ACF352.pdf (U.S.A.)

PUBLICADO EN DIARIO �EL TIEMPO� DE LA CIUDAD DE AZUL DEL 08 DE NOVIEMBRE DE 2007.-
PUBLICADO EN �TODO ES HISTORIA�, N� 487, FEBRERO DE 2008, DIRECTOR / EDITOR: DR. F�LIX LUNA.-
PUBLICADO EN �EL FEDERAL�, N� 205, ABRIL DE 2008, SUPLEMNTO �EL TRADICIONAL� (N� 85). Directores: IGNACIO FILDANZA / RA�L OSCAR FINUCCI.-


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CAPITAN RUFINO SOLANO
Biograf�a del personaje azule�o extra�da de: �RECORDANDO EL PASADO�, Tomo I, P�gs. 335/342, de Antonio G. del Valle, Editorial Placente y Dupuy, Azul, 1926.- (Copiado textualmente)
El capit�n Don Rufino Solano, es uno de los buenos y leales servidores de la civilizaci�n. Desde su juventud, sirve en las fronteras jugando temerariamente su vida; salvando de las garras del salvaje, infinidad de cautivos, para devolverlos a los hogares de donde han sido arrancados por la fuerza y la insolencia brutal del ind�mito hijo del Desierto. No se detiene ante el peligro de las chuzas ensangrentadas de los b�rbaros que irrumpen como avalanchas de fieras, husmeando sangre. Su misi�n noble y austera, lo lleva m�s all�.
El capit�n Solano, entiende que es deber de patriotismo y de humanidad tender la mano a sus semejantes; y sin darse reposo acomete durante largos a�os la ruda tarea de pactar con los indios y rescatar los cautivos. Para ello, se interna Tierra Adentro, llega a las mismas tolder�as, habla con los caciques en cuya compa�a pasa largas temporadas, y regresa a tierra de cristianos trayendo como trofeos de sus incursiones arriesgadas gran n�mero de cautivos de ambos sexos que all� en los aduares salvajes han gemido amargamente en aquellas largas e interminables noches de sus cautiverios.
El capit�n Solano ha recorrido las m�s largas, penosas y arriesgadas traves�as en aquellas �pocas en que internarse al Desierto equival�a renunciar a la vida. El m�rito de �ste valiente soldado de la civilizaci�n, consiste en este valor fr�o, tranquilo, sereno; en ese tacto y en esa seguridad que tiene en su propia fuerza de voluntad. El va, se interna a los confines de la pampa donde el bramido del tigre y el alarido del salvaje hacen d�o infernal y viven en consorcio amigable: es que las fieras tambi�n se buscan y fraternizan en las soledades y en las tupidas mara�as de los campos solitarios del Desierto. Va jugando su vida en la seguridad de que el �xito de sus campa�as son triunfos de la civilizaci�n.
Los servicios del capit�n Solano en esa larga campa�a en que su figura se destaca con relieves de m�ritos indiscutibles, se condensan en sus viajes a las tolder�as en busca de cautivos.
Como soldado en las filas de los cuerpos en que ha servido, sus servicios se cuentan por largos a�os, habi�ndose encontrado en innumerables combates librados en la Pampa.
Entendiendo rendir homenaje de gratitud a su memoria, que bien la merece, dedic�mosle esta p�gina a fin de que su nombre no duerma perdido en esa larga noche del olvido en que se pierden para siempre los nombres de tantos h�roes, unas veces por negligencias, otras por ego�smo, y muchas por ignorarse sus haza�as. Sin esta clase de servidores abnegados, tal vez la civilizaci�n a�n estar�a en embri�n de esos solitarios campos del Desierto.
El capit�n Solano entr� a prestar servicio militar, como soldado, el a�o 1855 en el Fort�n Estomba que se pobl� entonces, y a las ordenes del teniente Preaf�n. Con motivo del fallecimiento de este oficial que pereci� en el Arroyo Tapalqu� Solano qued� a las �rdenes del alf�rez Ivano quien al frente de una compa�a del batall�n 3 de l�nea se hizo cargo del mencionado fort�n.
El a�o 58; Solano fue licenciado; y el 64 con el grado de subteniente de guardias nacionales form� a las �rdenes del comandante Lora, en Olavarr�a. Fue de los fundadores de este pueblo.
El 65 pas� a �rdenes del coronel Don Benito Machado, jefe de la Frontera Sud y Costa Sud. Ese a�o, por orden del coronel Machado, Solano hizo su primer viaje a las tolder�as del temible Calfucur� con orden de pactar con este indio, pues se ten�a conocimiento que una fuerte indiada deb�a invadir la frontera Sud.
Solano lleg� a los toldos, habl� con Calfucur� la invasi�n no se llev� a cabo, y regres� al campamento conduciendo algunas cautivas que le fueron entregadas.
Poco tiempo despu�s, el coronel Don �lvaro Barros es designado jefe de las fronteras en reemplazo del coronel Machado, y Solano sigue prestando servicios a �rdenes del nuevo jefe.
El 66, hace varios viajes a las tolder�as de Calfucur� en Chilo� de donde regresa con quince cautivos. El 68, es ascendido a teniente 2�, y a las �rdenes del coronel Don Francisco El�as llegan a la Blanca Grande, abriendo los primeros cimientos de aquel avanzado Fuerte.
El 69, el coronel El�as lo env�a a los toldos de Calfucur� a objeto de hacer arreglos con este cacique. All� permanece una temporada, y a su regreso trae treinta cautivas que fueron enviadas a sus respectivos domicilios.
En ese mismo a�o hizo varios viajes al desierto desempe�ando comisiones encomendadas por sus jefes. Entretanto, los indios invadieron por Quequ�n Chico y Tres Arroyos, llegando en fuertes grupos hasta el Arroyo Chico, partido de Tandil. Los invasores llevaron m�s de ochenta cautivos entre hombres, mujeres y ni�os.
En el Sauce Corto, el Teniente Rivero que andaba en observaci�n fue alcanzado por la indiada, y despu�s de un re�ido y desigual combate en que la mayor parte de la gente de este oficial fue muerta, y �l herido, fue hecho prisionero y llevado a los toldos de Calfucur�.
El 70 fue ascendido a Teniente I�, y nuevamente fue mandado por el coronel El�as a los toldos de Calfucur�. Al llegar al Sauce Grande, el Teniente Solano y los tres soldados que lo acompa�aban divisaron un indio bombero que desde la cumbre de un m�dano los observaba. Solano y sus hombres se encaminaron al paso del arroyo de donde les sali� al encuentro un grupo de m�s de treinta indios.
Los soldados de Solano rodearon las tropillas para mudar caballos y huir. A no haberlos convencidos que no deb�an disparar porque corr�an peligro de ser lanceados de atr�s, Solano hubiera quedado solo en el campo. Acompa�ado de uno de sus hombres, se adelant� hacia donde los indios ven�an, quedando los otros con las tropillas.
Al aproximarse, los indios reconocieron a Solano, manifest�ndole que el objeto que los tra�a era llevar cautivos, para ver si por ese medio consegu�an la libertad del padre del cacique Mariano Ca�umil y de otros capitanejos que junto con treinta indios hab�an sido tomados prisioneros en Pu�n por el comandante Llanos, y se encontraban presos en la Blanca Grande.
Capitaneaba el grupo de indios, un hijo de Ca�umil. Solano logr� convencer al indio que deb�an regresar a los toldos, que �l se compromet�a a solicitar del Ministro de la Guerra la libertad de los indios prisioneros.
El hijo de Ca�umil accedi� y emprendieron juntos la marcha hacia los toldos. De �ste punto, acompa�ados por este cacique y cuatro indios sali� para Chilo� residencia de Calfucur�.
A los veinte d�as regresaba a la Blanca Grande con veinte cautivos que los indios ten�an en sus toldos; y acompa�ado por el capitanejo Juan Miel cuatro indios que le serv�an de escoltas.
El coronel El�as queriendo premiar �stos actos, solicit� y obtuvo el ascenso a Capit�n, enviando a Solano a Buenos Aires a solicitar del Ministro de la Guerra la libertad de los indios prisioneros en la Blanca Grande. A su regreso, el capit�n Solano era portador de una orden para el coronel El�as a fin de que pusiera en libertad los prisioneros, y les entregara al propio Solano para que lo condujera personalmente a sus toldos. Al mismo tiempo se le entreg� hacienda yeguariza que llev� para racionar a los indios.
La llegada de los prisioneros a las tolder�as fue festejada con bailes, borracheras de los pampas, y fiestas tan salvajes como ellos mismos.
Cuando el Capit�n Solano regres� a la Blanca Grande tra�a cuarenta cautivos, incluso el Teniente Rivero prisionero en el Sauce Corto. Solano hablaba y conoc�a la lengua araucana con la misma propiedad que los indios.
Durante la Guerra del Paraguay, Solano hizo varios viajes a las tolder�as de Calfucur� permaneciendo largas temporadas hasta que lograba la entrega de cautivos que eran conducidos despu�s a sus destinos.
El capit�n Solano acompa� desde los toldos de Chilo� hasta el Azul, y de �ste punto a Buenos Aires al cacique Manuel Namuncur� y a los capitanejos que acompa�aban a �ste: Mariano Paisan�n, Loncomil, Curum�n Mericur� Turuvin, Juan Miel, Curup�n, Benito Pichicur� y otros que iban a conferenciar con el Ministro de la Guerra.
El presidente de la Republica Dr. D. M�rcos Paz, di� �rdenes para que la comisi�n de indios fuera hospedada en el antiguo �Hotel Hispano Argentino�, calle Piedras entre Belgrano y Moreno. Tres meses permaneci� en Buenos Aires la referida comisi�n ind�gena.
El capit�n Solano, hab�a regresado a la frontera nuevamente. Por orden superior emprendi� viaje a los toldos de Calfucur� llevando comunicaciones para el citado cacique. En este viaje lleg� hasta las guaridas de indios que viv�an en Milla-Huinqu� Anomur, Choiqu� Mahuida, Cadi-Leuf� Tranir-Lauqu�n, Huinca-Renanco, Queni-Malaal, etc. Gobernaban estas tolder�as los caciques hermanos Linc� y Rolup�n. Con ellos hizo tratados y rescat� muchos cautivos.
Siendo Jefe de la frontera el General Don Ignacio Rivas, el a�o 72, Solano hizo varios viajes al Desierto. Unos conduciendo raciones para las tribus, otros con objeto de parlamentar con los caciques, y traer cautivos que generalmente le eran entregados.
En unos de sus tantos el capit�n Solano consigui� rescatar un considerable n�mero de cautivos en el que ven�an cuarenta mujeres pertenecientes al Rosario de Santaf� (sic), y que hab�an sido tomadas por los indios de Calfucur� en la invasi�n que llevaron hasta el Sauce del Rosario, distante cinco leguas de la ciudad de ese nombre.
Al regresar de Chilo� con los cautivos acompa�aban al Capit�n Solano diez capitanejos que Calfucur� enviaba a Buenos Aires en comisi�n ante las autoridades nacionales.
La llegada de Solano con las cautivas rescatadas y los capitanejos que los acompa�aban, caus� como es consiguiente curiosidad en la gente de la ciudad que se aglomeraba en considerable n�mero frente al local donde se hospedaban.
Fueron visitados por el Arzobispo Dr. Federico Aneiros quien los colm� de atenciones.
El entonces Ministro de la Guerra coronel Gainza orden� a Solano que se embarcara en vapor Pav�n y condujera personalmente las cautivas hasta la ciudad del Rosario, entreg�ndolas a las autoridades para que las hicieran conducir a sus respectivos destinos.
En Rosario fueron recibidos por una Comisi�n de damas, por el Presidente del Club Social Don Federico de la Barra y por numeroso p�blico que ansiosos esperaban la llegada de los libertados. Al desembarcar, se produjeron actos y escenas emocionantes y conmovedoras.
El capit�n Solano fue obsequiado con una medalla con que la sociedad del Rosario premi� sus actos de humanidad y de valent�a reintegrando a la vida civilizada seres arrancados por la mano salvaje al cari�o de los hogares.
Cumplida su misi�n, el capit�n Solano regres� a Buenos Aires, y de all� a la frontera con la comisi�n de indios que hab�a permanecido por un mes en la ciudad. Llegado al campamento, el general Rivas lo envi� a las tolder�as para que distribuyera entre los indios tres mil yeguas de racionamiento de acuerdo con los pactos celebrados.
En la batalla de San Carlos, el capit�n Solano desempe�aba el cargo de jefe de baqueanos, y fue debido a sus indiscutibles conocimientos de los campos, que la divisi�n del general Rivas logr� hacer sus marchas rapid�simas, y aparecer al venir el d�a delante de Cabeza del Buey, llegas a San Carlos donde se encontraba el coronel Boer, y librara contra las hordas de Calfucur� esa sangrienta como colosal batalla. Los indios, durante la batalla hab�an reconocido al capit�n Solano y le gritaban �p�sese capit�n, p�sese�.
Pocos d�as despu�s, el capit�n Solano fue comisionado por el general Rivas para internarse hasta los mismos toldos de Calfucur� a objeto de hacer arreglos y tratados de paz, y rescatar los cautivos que all� ten�an de rehenes.
No obstante lo peligroso de la misi�n como consecuencia de la batalla que acababa de librarse y que los indios sufrieron enormes p�rdidas, Solano se intern� al Desierto, lleg� a Chilo� y entreg� las notas de que era portador al mismo Calfucur�. Este reuni� sus caciques d�ndoles lectura del contenido, al mismo tiempo de que Solano les explicaba el objeto de su misi�n.
Despu�s de parlamentar, Calfucur� decidi� entregarle treinta y siete mujeres cautivas, de las cuales, siete pertenec�an a Bah�a Blanca, las que Solano quer�a traer hasta el Azul, de donde ser�an enviadas por �rdenes de general Rivas y bajo segura custodia. Los indios se opusieron, resolviendo que una misi�n de entre ellos las conducir�an a Bah�a Blanca. En efecto, se pusieron en marcha con numeroso arreo de cargueros. Llevaban ponchos matras, pluma de avestruz, quillangos, etc.
Al llegar a Bah�a Blanca una partida de soldados de las fuerzas del coronel Murga les sali� al encuentro, y confundi�ndolos con indios malones los pasaron a cuchillo. Entre los indios que formaban la comisi�n ven�a de jefe un sobrino de Calfucur� y de segundo, un yerno del citado cacique. Las cautivas fueron llevadas a Bah�a Blanca.
Pocos d�as despu�s, sal�a otra comisi�n de indios tambi�n con cargueros, y con destino a Bah�a Blanca. A su paso encontraron los cad�veres de sus compa�eros, y aprovechando que no fueron sentidos regresaron a los toldos con la noticia del f�nebre hallazgo. Entre tanto el capit�n Solano hab�a permanecido en Chilo� esperando reunir mayor n�mero de cautivos para ponerse en marcha al Azul.
El regreso de los indios alarm� considerablemente a la tribu que se puso en movimiento dando enormes alaridos y amenazando con lancear a Solano, a sus hombres y a las cautivas.
Los indios rodearon el toldo donde se alojaba el capit�n, esperando la se�al del cacique para exterminarlo. Solano y los soldados que lo acompa�aban se prepararon para defenderse. Las pobres cautivas lloraban asustadas, enloquecidas de terror ! Debi� ser aquel un cuadro conmovedor !
Calfucur� enfurecido, empu�ando filosa espada se dirigi� a Solano amenaz�ndolo con matarlo. Cre�a que debido a insinuaciones suyas los indios hab�an sido muertos en Bah�a Blanca. Solano tranquilo, sin perder su serenidad ni su temple le habl� en la lengua, logrando convencer al terrible cacique que la culpa la ten�an ellos mismos: que su propio hijo hab�a escrito las notas, y que record�ra que �l mismo les hab�a propuesto llevarlas al Azul, y de aqu� remitir las cautivas a Bah�a Blanca. �Ten�s raz�n, hijo�, le contest� Calfucur� �por eso no te mato�; y arrojando la espada al suelo, orden� a los indios que se retiraran.
Al d�a siguiente, a instancias de Solano, este fue despachado con notas para el general Rivas y el coronel El�as, llevando las cautivas y acompa�ado por el capitanejo Corobui y seis indios.
Un mes despu�s de permanecer en Azul, el general Rivas envi� de nuevamente a Solano a los toldos de Chilo� con regalos para Calfucur�. Llevaba cinco cargueros con ponchos, chirip�s, sombreros, chucher�as y ropa de toda clase. Calfucur� agradecido a esta distinci�n; cuando regres� el capit�n Solano, le entreg� varios cautivos que fueron tra�dos al Azul.
Al estallar la revoluci�n del 74, el capit�n Solano se encontraba en Buenos Aires. El coronel Barros lo envi� para que se entrevistara con Juan Jos� Catriel a fines de atraerlo a las filas del Ej�rcito leal al gobierno. Su misi�n no debi� serle de buenos resultados en el primer momento, pu�s �ste cacique se sublev� a favor de la Revoluci�n; aunque m�s tarde se present� con sus indios a la Divisi�n del coronel Lagos, traicionando a su hermano Cipriano Catriel y a los jefes con que se hab�a comprometido.
M�s tarde Solano fue mandado en comisi�n por el Doctor Alsina Ministro de Guerra, a los toldos de Namuncur�. En marcha por el Desierto, Solano avist� una fuerte invasi�n A fin de no caer en manos de los indios, se desvi� cuanto le fu� posible, llegando a los toldos del referido cacique donde solo encontr� la chusma y algunos indios viejos de la tribu, pues toda la indiada con Namuncur� al frente se hab�a lanzado al mal�n.
Al emprender su regreso, ven�a el capit�n Solano acompa�ado por el cacique Millalua y seis indios con lo que lleg� a Carhu� present�ndose al coronel D. Nicol�s Levalle. Este jefe colm� de regalos a los indios que permanecieron varios en el campamento, de donde regresaron a sus toldos. Solano sigui� viaje a Buenos Aires a dar cuenta de su misi�n.
En el a�o 80, el general Roca comision� al capit�n Solano para recibir y conducir hasta la capital al cacique Valent�n Sayhueque y su comitiva; igualmente que otra comisi�n de indios encabezada por el cacique Lorenzo Paine-Milla que ven�an a pedir tierras al gobierno. Todos estos indios fueron alojados en el viejo Cuartel del Retiro.
Para los a�os 98 o 99 lleg� al Azul la india Viviana Garc�a, titulada �Reina de lo Indios�. Acompa�banla dos hijos, y los capitanejos Juan Centenera, Mariano Guerra, Sim�n Rosas, Francisco D�az, Ferm�n Garro, M�ximo Jerez y otros m�s. Solano los acompa� hasta Buenos Aires donde se presentaron ante las autoridades nacionales.
La India Viviana, ven�a tambi�n a solicitar tierras del Gobierno para poblarlas con sus indios.
El capit�n Solano muri� en el Azul, viejo y pobre. Era hijo del guerrero de las invasiones inglesas y de la guerra de la Independencia, Teniente Dionisio Solano (1), del c�lebre �Regimiento Patricios�.
Como a tantos otros, la patria lo tiene olvidado.
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(1) �Era encargado o jefe del convoy de carretas el Teniente Solano, padre del capit�n Rufino Solano (sic)�, misma obra (A. del Valle, Cap�tulo �Fundaci�n de Azul�), mismo Tomo, P�g. 217.- // Por su notable trayectoria, el cofundador de Azul, DIONISIO SOLANO, fue ascendido a Tte. Coronel por el Tte. General Benjam�n Victorica; dato asentado en Memorias del Ministerio de Guerra y Marina, Honorable Congreso de la Naci�n, Rep�blica Argentina, Buenos Aires, Edici�n 1881, P�g. 33.-

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MAYO DE 2008.-

Unknown dijo...

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